UCHURACCAY Krajnik
Exhibición 360º
El exorcista de Uchuraccay
Franz Krajnik y el pueblo ayacuchano que renace de las cenizas de la violencia
Franz Krajnik trata de averiguar cómo se resignifica el dolor en Uchuraccay, luego de 38 años del asesinato de ocho periodistas y 135 campesinos, en medio del peor conflicto armado interno de nuestra historia republicana. Tres salas, en las que se distribuyen 60 fotografías, 5 instalaciones artísticas y 4 testimonios audiovisuales, conforman una metáfora sobre la muerte, y la vida que nace a través de ella, en pleno proceso de reconciliación.
Para cualquier periodista, Uchuraccay es un caso enigmático. Un pueblo chico que recuerda un infierno grande en la conmemoración del asesinato de ocho periodistas, un guía y 135 campesinos, pero que ha logrado en parte un exorcismo de penas. Con su obra, intenta liberar los demonios del pasado que lo rodea. Franz Krajnik está sentado en una de las ocho esquinas de la Plaza de la Paz, punto central del Nuevo Uchuraccay —construida en 1995 con el apoyo del Programa de Apoyo al Repoblamiento (PAR)— que en medio tiene un pilar que resiste una paloma blanca que vislumbra esas esquinas y los nombres de los periodistas asesinados el 26 de enero de 1983 a manera de tumbas en el piso. Los uchuraccaínos utilizan este espacio cotidiano para no olvidar, para cruzarse, para convivir con el recuerdo de hace 35 años.
Una hora antes, los pobladores, entre avergonzados y risueños, hombres y mujeres, ojean las páginas del libro que lleva el nombre del pueblo. Las hojas a blanco, negro y rojo potente. El cielo se abre, alto, color celeste, y el sol de la tarde se esconde entre algodones gigantes, y un viento fuerte cachetea a los presentes cerca de un camino orillado de tunas y eucaliptos. La cruz que llegó gracias a los familiares de los periodistas en 1984, el año después de los asesinatos, está imponente en el Antiguo Uchuraccay y recibe a los caminantes de la Asociación Nacional de Periodistas (ANP) que cada año realiza la ruta de los mártires mientras que algunos carros bordean sus fronteras porque entran o salen del VRAEM. No han tenido problemas con el narcotráfico, pero necesitan que se asfalten las vías que llevan al pueblo, dicen sus dirigentes.
Cuando Franz llegó por primera vez, el entonces alcalde, Antonio Gómez Huachaca, le dio una habitación en el municipio, un colchón delgadito, seis frazadas y al piso. El frío fue terrible en julio de 2012. Allí comprobó el vacío que deja la ausencia forzosa y prolongada de un ser amado, tal dolor cuestionó diversos aspectos de su propia identidad. Fueron seis años de su vida, 22 000 fotografías, alrededor de 3000 imágenes por ocho viajes. Este sería el noveno, pero solo fotografiaría el evento para no perder la costumbre, dice, con su Canon 5D Mark III y un lente de 40 mm. En fin, cada imagen se ha tenido que ganar el espacio con otras miles para ingresar a Uchuraccay (UPC, 2018). En ese primer viaje no tenía ningún contacto en la zona. Tras mucha insistencia pudo contactar a uno de los pobladores para que se convirtiera en su guía. “Al día siguiente, se convocó a una reunión con el alcalde y los regidores. Todos hablaban en quechua. Yo no entendía nada de lo que decían. Mientras ellos se carcajeaban, me quedaba helado”, señala. El que haya ido como periodista acompañado de una cámara les sacudía la memoria.
“En el 2013 hice una exhibición fotográfica y esas imágenes se las dejé a la escuela del pueblo. Pero, un libro es más accesible. Por eso, entrego uno a la alcaldía, uno para el presidente de la comunidad y uno para la escuela”. No obstante, hubo miradas de curiosidad o descubrimiento; como también, de mucho recelo. Hubo quienes lo miraban feo. Fueron cerrados. Duros. Jamás llegaron a entender lo que quería hacer, o de repente, lo entendían y no les importaba. Franz cree que la mayoría sí lo ha entendido y aceptado. “Ahí hay un límite entre mi misión como fotógrafo y el límite de la vida privada de las personas. Yo he tratado de ser lo más respetuoso posible”. Y, al mismo tiempo, vislumbra de una manera especial su estilo fotográfico: “Hay uno que limita con la fotografía periodística, como el reportaje, y otro que es el ensayo documental que colinda con el arte sin dejar de ser documental. Esto conlleva una maldición. En mi caso, los fotógrafos periodísticos más clásicos no me consideran del mismo grupo porque dicen que hago ‘cosas medio subjetivas’. Y los artistas más abstractos tampoco. A las finales tienes que encontrar tu manera de escribir, de fotografiar, de comunicar. Y eso puede estar en cualquier grado del espectro”, sostiene.
Según Jorge Villacorta, curador y crítico de arte, el pueblo de Uchuraccay representa un “límite extremo” de la fotografía en el Perú por las imágenes que Willy Retto logró conseguir antes de morir, y cita una conferencia de Víctor Vich —en diciembre de 2017— donde describe esa secuencia como el clásico paisaje que un fotógrafo puede lograr en esas alturas, pero tan solo “una hora después está haciendo imágenes inexplicables y abstractas, pues está justamente sucumbiendo y cayendo por los golpes, y muriendo”. Villacorta reitera que podría llamársele un “desencuentro de dos mundos culturales en el país: el mundo de la prensa y el mundo campesino quechua hablante”. Como dijo Villacorta en la primera presentación del libro en Lima, esta iniciativa representa la madurez de Franz Krajnik como fotógrafo. Así, estará ligado a Uchuraccay, y viceversa, al ser reconocido como el profesional que terminó el trabajo de un mártir del periodismo nacional.
Franz averiguó cómo viven hoy los peruanos que han tenido pocas oportunidades de hacer públicas sus demandas, así reconstruyó sus historias y trató de despojarse de prejuicios. Puso la dignidad en primer lugar para descifrar que el dolor no está anclado, sino que se mueve en el tiempo. Se emociona al contemplar las luces y las sombras de su camino, al lograr que la cámara expulse espíritus malignos de un lugar para que reine la plenitud. Todos tenemos demonios. Todos, en ocasiones, podemos llegar a estar entre el rencor, el olvido y el perdón. Pero, “el dolor de la ausencia es la presencia que impulsa el motor de la vida”, así entiende que la fotografía es nuestro exorcismo.
- Autor de la nota:
- Luis Cáceres Álvarez
- Autor de la exhibición:
- Franz Krajnik
- Curador:
- Jorge Villacorta
- Vista visual interactiva:
- Esteve Ribera
- Lugar:
- Sala Luis Miró Quesada Garland
- Año:
- 2018