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Es barrioaltino desde la cuna. Aún recuerda con nostalgia los años que pasó con sus padres y hermanos en la Huerta Perdida, escuchando a los artistas criollos que habitaban su barrio. Hoy, a sus 65 años, está desvinculado de sus familiares debido a rencillas y rencores antiguos. “Yo mismo soy, hermano”, suele decir con orgullo.
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Ha pasado los últimos diez años recorriendo la ciudad en la misma silla de ruedas roja que lo llevó a Casa de Todos. Ya se ha acostumbrado a esa vida. Cuando tiene dinero, alquila una habitación barata para pasar la noche; si no lo tiene, se arma un refugio improvisado en su silla de ruedas, con una manta y algún cartón que encuentre en la calle.
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Suele hablar con orgullo sobre los varios oficios que ha tenido en su vida: limpiador de carros, vendedor de bolsas de basura, cobrador de bus, entre otros. Se ha tenido que ganar la vida en la calle con una dificultad adicional: tiene una paraplejia espástica. Los músculos de sus piernas están permanentemente contraídos y “camina bailando”, como dice.
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Era uno de los residentes más afanosos con el deporte en Casa de Todos y solía levantar pesas todas las mañanas, con la supervisión de un entrenador. Afuera, en la calle, su movilidad depende de la fuerza de sus brazos. Juan Fernando recorre la ciudad, desde el Centro Histórico hasta Villa el Salvador, a bordo de su silla de ruedas.
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Ha pasado tantos años sobre esta silla de ruedas que ya siente que es parte de sí mismo. Siempre lleva consigo una cajita de herramientas para armarla, desarmarla y arreglarla. Cuando encuentra objetos tirados en la calle, suele colgarlos de su silla a la manera de amuletos, como esta llave.
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Es barrioaltino desde la cuna. Aún recuerda con nostalgia los años que pasó con sus padres y hermanos en la Huerta Perdida, escuchando a los artistas criollos que habitaban su barrio. Hoy, a sus 65 años, está desvinculado de sus familiares debido a rencillas y rencores antiguos. “Yo mismo soy, hermano”, suele decir con orgullo.
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Ha pasado los últimos diez años recorriendo la ciudad en la misma silla de ruedas roja que lo llevó a Casa de Todos. Ya se ha acostumbrado a esa vida. Cuando tiene dinero, alquila una habitación barata para pasar la noche; si no lo tiene, se arma un refugio improvisado en su silla de ruedas, con una manta y algún cartón que encuentre en la calle.
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