Las hermanas Adela López Pérez y "Chabuca" López Pérez reciben a sus visitantes con el calor de besos y abrazos, muy atentas a las ocurrencias de cada noche en el pasadizo más agitado de la cuadra seis del jirón Pedro Conde en Lince. Desde este espacio chico, pero de corazón grande, se escuchan las risas de sus comensales o la algarabía que sus músicos irradian canción tras canción. Ellas invitan a los jóvenes a que disfruten del cariño de la sala de su casa, de la comida, pero, sobre todo, que esperen a que llegue su turno de mostrarse en dúo para que conozcan su querer por la canción criolla, demostrando que hay para rato recuerdos imborrables como familia y como peña.
El Centro Social Musical Barrios Altos está ubicado a un par de cuadras de la Plaza Buenos Aires, en la misma línea del “Balcón del Criollismo”, ese lugar donde el presidente Manuel Prado Ugarteche promulgó el Día de la Canción Criolla en 1944. Es el segundo piso de una casona antigua, que reúne a quienes quieren mantener vigente el estilo movido y sentimental de los compositores, músicos, intelectuales, artistas y políticos que este barrio vio nacer y que han aportado a la historia del Perú. Las mesas y las sillas de madera inestables, el cartel gigante de Felipe Pinglo Alva, “el bardo inmortal”, y los cuadros de más criollos susurran ni penas ni dolores, solo orgullo por el barrio que entonan en sus valses y polkas, entre alegría, copitas y aplausos.
Bajo la dirección de Wendor Salgado Bedoya, su casa en la cuadra 11 del jirón Pariacoto, en Breña, se transforma en un destacado centro de investigación y recopilación del género musical. Viejos amigos logran reunirse todos los viernes del año a partir de las cinco de la tarde, durante tres horas, para adornar canciones inéditas del criollismo con vibras de guitarras, rugidos de cajones y pícaros piscos alrededor de fotografías, libros, discos y pósters de su época dorada. ¿Una lucha contra el olvido cada semana? “Una lucha a favor del aprendizaje”, responden sus asiduos concurrentes.
Al anochecer, mientras las castañuelas repiquetean y aportan su saber, la guitarra llama al cajón. La voz, la soltura y la alegría de la cantautora Ana Renner se recuerdan todos los miércoles en la cuadra 23 de la avenida Militar de Lince, así como las palabras de aliento que brindaba a distintos intérpretes para confiar en que el criollismo tendrá quien le cante, a mucha honra, cuando ellos ya no estén.